Social hateworks



Hace mucho tiempo, años ya, que procuro no usar las redes sociales para pronunciarme políticamente. Hay algo pueril en ello, y además no sirve para nada, pues donde todos gritan nadie escucha; ese patio de vecinos ubicuo está suficientemente envenenado como para añadirle mis propias filias y fobias, que ya compartiré con quien yo quiera frente a un café o unas cañas. Todos hemos tenido que pasar por una etapa de aprendizaje de las redes, cuando fueron cosa novedosa; todos hemos sido imprudentes y bocazas, pero lo malo (lo verdaderamente triste) no está en haberlo sido en el pasado, sino en no dejar de serlo cuando la manipulación de tales espacios ya es sobradamente manifiesta. Y hay que vivir en la inopia para no saber que los feeds están orientados para crear polémica y que más de la mitad de las cuentas son bots. Todo su sistema de funcionamiento ("el algoritmo") es puro clickbait para generar ingresos publicitarios (ni siquiera importa la ideología o el bando de las propias empresas que están detrás); y para que aquél funcione, los mensajes tienen que tener poderosos reclamos, tienen que estimular las emociones más primarias: el miedo y el odio. Y de ellos (si les añadimos el sexo, claro) se alimenta internet.


En fin, que cada cual haga lo que quiera. Nos vendieron esto como el nuevo ágora virtual que iba a dar paso a la democracia 2.0, a nuevas formas de relación humana, antes no soñadas, que lo iban a cambiar todo. Desgraciadamente, ha resultado ser verdad, pero para peor. El mundo es hoy un lugar más malo y estúpido que antes de la incorporación de las redes a nuestras vidas. Ahora bien, con todo y con eso, y por mucho que, pese a saber de estos defectos, sigamos usándolas, hay ciertas cosas que uno nunca debería hacer, porque rebasan los límites de la poca dignidad que seguramente aún nos queda. Y una de esas cosas es politizar la crónica de sucesos. Convertir los muertos debidos a cualquier causa en involuntarios soldados de la causa en la que uno milita. Y este turbio negocio, este generador de clickbait hediondo, se practica tanto a derecha como a izquierda, reduciendo en ocasiones inabarcables victimologías a unos esquemas totalmente falsos, productos ideológicos de diseño para rentabilizar muertes que nada tienen que ver con lo que uno (o una) defiende.


Es algo miserable, y que a menudo lleva a hacer el más absoluto ridículo; pero da igual, porque nunca se rectifica, y la rentabilización política ya quedó hecha desde el primer momento. No importa lo que llegue a saberse después; nadie se acordará ya del caso, pues el público vive en un eterno presente de pocos días y no recuerda nada más. Pero esta práctica es repugnante: hay temas que deben condenarse y lamentarse, y ya está. Intentar sacarles rédito político, ya sea por parte de partidos, del activismo, etc., resulta no sólo vomitivo, sino también contraproducente. Porque nadie recuerda nada, pero todo cala en la conciencia colectiva. Lo único que se está consiguiendo así es fomentar el odio transversal entre todos los colectivos en que quepa (artificialmente) segmentar la sociedad. Enfrentar a todos con todos, porque se calcula que, a largo plazo, se va a sacar un beneficio de ello. No se puede estar más equivocado, y el tiempo pasará factura. Lo malo es que nos la pasará a todos. Y a todas.





Por D. D. Puche

Filosofía | 19-09-22


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