Sócrates hoy
Sócrates: ¿Qué es lo que te ocupa, joven amigo? Pareces muy distraído con ese pequeño aparato.
Luis: Ah, Sócrates, ¡hola! Esto es un smartphone; una herramienta muy útil que me permite comunicarme con otras personas, acceder a información, entretenerme y muchas cosas más.
Sócrates: ¿Puedo verlo? Vaya… es fascinante. Tengo que hacerme con uno. Y dime, ¿qué tipo de información buscas con ese dispositivo?
Luis: Pues de todo un poco, Sócrates. Por ejemplo, ahora mismo estaba buscando la biografía de un filósofo griego que me han mandado leer en el instituto.
Sócrates: ¿Un filósofo griego? Puede que yo lo conozca. ¿De quién se trata?
Luis: Eres tú.
Sócrates: ¿Yo? Pues me tienes aquí. ¿Qué es lo que quieres saber de mí?
Luis: Bueno, pues lo básico: cuándo y dónde naciste, qué obras escribiste, las ideas que defendías, la forma en que moriste… ¡glups! Perdona…
Sócrates: No te preocupes. Pero me temo que te voy a decepcionar en algo, joven amigo: yo nunca escribí nada. Todo lo que se sabe de mí lo transmitieron mis discípulos, como Platón o Jenofonte. No defendí mis ideas en libros, sino en conversaciones con mis conciudadanos. Mi método consistía en el diálogo, en la búsqueda de la verdad mediante el cuestionamiento de las opiniones y las creencias comunes.
Luis: Vaya, eso suena muy interesante; ¿cómo lo hacías?
Sócrates: Mediante preguntas. Hay que saber plantear las preguntas adecuadas; toda la sabiduría comienza por ahí. Yo no pretendía enseñar nada a nadie, ¿sabes?, sino hacerles pensar por sí mismos. Les preguntaba sobre la justicia, el bien, el conocimiento, el amor… y les hacía ver los problemas y las contradicciones que había en sus respuestas. Así los estimulaba para examinar críticamente sus propias ideas y que buscaran una definición clara y precisa de los conceptos. Es imprescindible tenerlos claros para pensar correctamente. Y es imprescindible pensar correctamente para ejercer correctamente la ciudadanía.
Luis: Ajá. ¿Y eso funcionaba?
Sócrates: A veces sí, a veces no… Algunos se enfadaban conmigo y me acusaban de ser un sofista, un impío, un corruptor de la juventud… Otros, en cambio, se interesaban por mi método y se convertían en mis amigos y seguidores. Pero lo más importante es que yo mismo aprendía mucho de esos diálogos. Porque yo nunca me consideré un sabio, sino únicamente un ignorante que quiere dejar de serlo.
Luis: Eso es muy humilde por tu parte, Sócrates.
Sócrates: No es humildad, es honestidad. Y no con los demás, sino con uno mismo. Ése es el principio de toda sabiduría: reconocer la propia ignorancia. Sólo así se puede alcanzar el conocimiento.
Luis: Lo entiendo… Pero dime una cosa, Sócrates: ¿no crees que en este mundo tecnológico en el que vivimos ya no hace falta pensar tanto? Quiero decir, que tenemos acceso a tanta información que podemos encontrar la respuesta a cualquier pregunta con una sencilla búsqueda. O sea, que tenemos todas las respuestas a un clic…
Sócrates: No. Eso es una ilusión, joven amigo; no te dejes engañar por esa supuesta facilidad. La información no es lo mismo que el conocimiento, nunca lo ha sido. La información es sólo un conjunto de datos que pueden ser verdaderos o falsos, relevantes o irrelevantes, coherentes o incoherentes… Y nada es más fácil que manipularlos, por cierto. No, el conocimiento no es eso, sino la capacidad de comprender los datos, de analizarlos críticamente, de relacionarlos entre sí, de extraer conclusiones racionales y valorar sus consecuencias… Y eso solo se consigue sabiendo pensar. Eso tiene que ser anterior a toda búsqueda de datos.
Luis: Pero eso es difícil, Sócrates; lleva mucho tiempo. Y suena aburrido…
Sócrates: No te lo niego. Pero también puede ser gratificante y realizador. Pensar te permite cuestionar las apariencias, la autoridad o la tradición, en aquello en que no se ajusten a razón… Te permite formarte tu propio criterio acerca de todo, ser tú mismo… Y no una simple copia de los demás. Sólo así serás libre. Míralo desde este punto de vista.
Luis: ¿Libre? ¿Libre de qué?
Sócrates: Pues de la ignorancia, del error y la mentira, de los prejuicios… de todo aquello que te impide conocer la verdad y, por ello, actuar conforme al bien.
Luis: Eso suena muy bonito, Sócrates; pero también te puede complicar la vida…
Sócrates: En efecto, joven amigo, en efecto. Por eso me condenaron a muerte; porque no quise renunciar a pensar ni a hacer pensar a los demás. A jóvenes ciudadanos como tú.
Luis: ¿Y merece la pena morir por eso? Puedes, simplemente, ser como los demás; ¿para qué tanta complicación? La vida es más fácil si te fías de la información disponible y compartes, más o menos, las opiniones de la mayoría.
Sócrates: ¡Ah, joven amigo, claro que merece la pena! ¿Cómo no la va a merecer, si la alternativa que propones, al fin y al cabo, consiste en estar ya muerto?
Por D+D Puche
Filosofía | 18-6-23